El Centro Atlántico de Arte Moderno presenta DANCE ?, el gran proyecto expositivo de escala internacional con el que este centro de arte se adentra en la disciplina de la danza para explorar y cuestionar los propios mecanismos coreográficos como sistema de representación artística. Desde la naturaleza transdisciplinar de la creación actual, esta novedosa exposición indaga, por primera vez en España, en los territorios y sistemas de la danza y su correlación con las artes visuales y el espacio museográfico contemporáneo. La exposición reúne una selección de obras de casi medio centenar de artistas tanto de Canarias como de distintos países de los continentes europeo, africano y americano, procedentes de diversas instituciones culturales públicas y privadas. Su comisario es el coreógrafo, artista visual y exbailarín grancanario afincado en París, Gabriel Hernández.
DANCE ? es el gran proyecto temático de investigación de 2021 en el CAAM y la mayor exposición sobre esta temática que se organiza en Europa a esta escala. Ocupará todas sus salas expositivas, incluidas las cinco plantas de su sede principal y el espacio CAAM-San Antonio Abad.
Históricamente, la danza como forma artística ha mantenido una relación permanente con las otras artes, evidentemente con la música, pero también con la literatura y las artes visuales.
En ese sentido, el desarrollo de la danza está ligado en gran parte al edificio teatral, arquitectura que ha influido en los modos de organización coreográficos y en las relaciones estructurales entre la danza, el espacio escénico y el espectador.
El museo como institución y la exposición como práctica también son el producto de una historia. El modo en que el espacio expositivo se despliega también ha conocido una evolución donde el continente y el contenido se han influido mutuamente.
Ambas instituciones, el museo y el teatro, comparten ciertas propiedades, pero también son lugares muy diferentes entre sí que implican modos de producción, de presentación y de recepción muy distintos y que someten la práctica de las/los artistas a condicionantes particulares.
La noción de lugar tiene un largo desarrollo que en el pensamiento occidental se remonta a Platón y Aristóteles y que sigue sin estar definitivamente estabilizada por las distintas ciencias humanas. En todo caso, el lugar no se presenta como una simple topografía, sino que también incorpora una serie de componentes ideales en formas de saberes, prácticas y usos más o menos arraigados. Un lugar no se presenta como un simple receptáculo, como indica el geógrafo Jacques Lévy, es un operador activo que posee una realidad estructurada por hábitos y ritmos, una historia, prácticas y un devenir.
En la actualidad, y desde hace varias décadas, el museo se interesa en la danza acogiéndola en sus espacios y en sus colecciones. Las razones de este fenómeno son múltiples y a veces no exentas de polémica. En todo caso, esta irrupción de la danza y de la performance en el museo ha conducido a nuevas maneras de ver el funcionamiento de la propia institución y a modificar el estatus de las colecciones “tradicionales”.
Al mismo tiempo, y de manera particular desde los años 60, la danza y las artes visuales han conocido distintos períodos de estrechas influencias y diversas formas de promiscuidad. Este conjunto de circunstancias ha llevado a las/los coreógrafas/os a desarrollar formas muy alejadas de las convenciones tradicionales de lo que entendemos como danza. Estos procesos han enfatizado la disociación, no siempre consensual, entre danza y coreografía y han conducido a una utilización del propio campo coreográfico como material a manipular o a intervenir.
Por otro lado, muchas/os artistas visuales también se han apropiado la danza o las herramientas coreográficas integrándolas en sus propios dispositivos visuales. Estas prácticas son susceptibles de someter la “danza” a otras formas discursivas o generar otras formas de entender lo “coreográfico”.
Por último, la coreografía también ha influenciado la práctica curatorial al servir de modelo a la exposición cuestionando su forma.
Nuestra exposición toma en cuenta todos estos aspectos. Por ello, no se trata de una danza deslocalizada desde el teatro sobre el espacio expositivo, eventualidad que es totalmente legítima, sino de una danza expandida de muchas maneras, que se inscribe en el espacio expositivo consciente de sus particularidades y posibilidades específicas.
En ese sentido, la interrogación que acompaña al término Dance y que da título a nuestra exposición no es exactamente una pregunta. Muchas veces, la pregunta conlleva una esencialización que cuestiona toda clase de variación o mutación. En lo que a mí respecta, el signo de interrogación señala la resistencia que opone la propia danza a todo intento de definición categórica de su “esencia”. La danza, como tantas cosas, también es poseedora de un devenir que cuestiona su propia forma.
El antropólogo Marshall Sahlins, parafraseando a Marc Bloch, habla de los viejos nombres que están todavía en los labios de todos adquiriendo connotaciones que se encuentran lejos de su significado original. Todo esto es un proceso histórico, uno más, al que denomina “revaloración funcional de las categorías”.
Gabriel Hernández
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